(Antes de 1930 la gente ya se disfrazaba para el carnaval. Archivo Diario La Capital)
Los festejos por el Carnaval son una celebración que se lleva a cabo desde hace muchísimas años y en varios puntos del globo, pero que sin dudas tiene sus particularidades en nuestra querida ciudad de Rosario.
El carnaval europeo durante la Edad Media significaba una dislocación de los rasgos y distintivos sociales por un momento, las categorías presuntamente rígidas y estáticas de la realidad sucumbían ante el baile y disfrute promovido por el carnaval. Los roles mutaban, se intercambiaban y se desvanecían.
El espíritu, aún vigente de esta celebración, es que los cuerpos se entremezclan sin distinciones y la comunidad participaba de la algarabía en una fiesta incandescente.
Hoy en día, asistimos a una fiesta popular, donde el escenario local son las calles de distintos barrios por donde desfilan comparsas luciendo trajes bordados y decorados con plumas, hechos a lo largo del año. Se le suman bandas de percusión de espíritu carioca para que se produzca el baile de los pasistas, como así también reconocidas bandas de cumbia para que el público se anime a “tirar” unos pasos. Completan la escena, las guerras de bombuchas (globos inflados con agua) y espumas de nieve que alegran las jornadas.
(Archivo Diario La Capital)
Si hacemos un derrotero histórico de este espectáculo, vemos que el espíritu festivo se ha mantenido pero con ciertos cambios.
En lo musical, vemos que hasta mediados del siglo XX, amenizaban la época de carnaval el tango, el jazz bailable y un tipo particular de estilo llamado “música característica”. ¿Característica de algún país? ¿De alguna región? ¿De un instrumento? Nada de eso, esta denominación abarcaba: pasodobles, valses, rancheras, fox-trots y tarantelas.
A su vez, otro epicentro de festejos eran las salas y teatros de la ciudad que se transformaban durante el verano en los “boliches” del momento. Este era el caso por ejemplo del Cine Teatro Real, ubicado en las intersecciones de Bv. Oroño y Salta. Paradoja del destino, actualmente abandonada su función teatral funciona en las noches rosarinas como local bailable.
Otra curiosidad, la suerte que corrió el Cine Star, que de tener una amplia oferta musical y bailable en la década del ´40 pasó a ser una Iglesia Evangélica.
Cuestión no menor, es que para bailar hacía falta algo más que ganas, pues en varios clubes barriales se libraban competencias como las de boogie-boogie. Para participar se debían tomar lecciones de danza impartidas por distintos profesores, como las de un matrimonio líder de la época, los Scudin “verdaderos campeones sudamericanos de bailes modernos”. Por otro lado, el profesor Gaeta, de gran espíritu pedagógico, diseñó un Manual donde enseñaba de modo teórico, no sólo pasos de baile sino además latiguillos para iniciar una conquista amorosa. Así como se lee.
Sin dudas, las fórmulas de la diversión y noche rosarina han mutado con el tiempo pero las ganas de celebrar y pasarla bien se mantienen intactas. A brindar Sres. y Sras. y que “el silencio se convierta en carnaval”…